Semana Santa de Villaviciosa

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Mapa de situación del concejo

Mapa de situación del concejo de Villaviciosa. Asturias.

Escudo del concejo

Escudo del concejo de Villaviciosa. Asturias.

Descripción

Gran solemnidad tiene en la villa de Villaviciosa la Semana Santa, una arraigada tradición que se remonta al siglo XVII, con celebraciones de plasticidad sorprendente, en especial el Miércoles (Sermón y Acción del Encuentro) y el Viernes (Desenclavo), que atraen a numerosos devotos y curiosos. Destaca el valor artístico de algunas obras de talla e imaginería que recorren sus calles en procesión; particularmente interesantes son los pasos de «Jesús atado a la columna» de Galarfa Moreno, el de «Jesús Nazareno» de Magariños, el de la «Coronación de Espinas» también de Galarza Moreno, la «Virgen Dolorosa» policromada por I. Zuloaga y el «Santo Sepulcro» por su especial belleza artística.

Pasado y presente de la Semana Santa de Villaviciosa

Corría el año de gracia de 1668 cuando fray Luis de Llano y fray Sebastián de Romero, de la Orden de Predicadores, fundan en la villa de Villaviciosa la Cofradía del Santo Nombre de Jesús Nazareno, siendo obispo de la diócesis D. Diego Sarmiento Valladares.

Así consta en el libro de la Cofradía, que tiene su comienzo en el año de 1694.

Con la instauración de la Cofradía del Santo Nombre de Jesús Nazareno se pretendía, como así ocurrió, garantizar y perpetuar la celebración de la Semana Santa en Villaviciosa, dotándola de los medios necesarios, humanos y materiales, que hiciesen realidad un proyecto: conmemorar los misterios de la Pasión y Muerte de Cristo con la participación directa del pueblo. Con ello se hacía escuela, se cultivaba la devoción y se hacía un alto en la rutina diaria, siendo todos protagonistas de una actividad social.

Los primeros frutos de esta iniciativa llevada a cabo colectivamente empiezan a verse a finales del siglo XVII, pues en 1696 ya hay constancia de desfiles procesionales con dos pasos: «Jesús atado a la columna» y «Jesús con la cruz a cuestas», acompañados de la «Cruz Enarbolada».

Durante el siglo XVIII se va aumentando un patrimonio escultórico que iba dando más y más solemnidad a los cultos de nuestra Semana Santa: «San Juan», «Lágrimas de San Pedro», «Señora de la Soledad» y «Jesús Niño». Posteriormente se añadieron los sayones al paso de la «Columna», conformando así un nuevo paso, el conocido popularmente como «Los Canterinos». Luego viene el «Santo Sepulcro», «La Coronación de espinas», «El Prendimiento» y «Longinos» y varios «Estandartillos».

Las dos representaciones sacras o autos sacramentales que marcan y dan carácter a nuestra Semana Santa son precisamente las de más solera: «El Encuentro» y «El Descendimiento o Desenclavo», seguido de la «Procesión del Santo Entierro». Tres siglos los avalan.

En los albores del XVIII ya se fueron conformando como hoy los conocemos. En los mismos lugares y en los mismos días.

El «Encuentro», el Miércoles Santo. Al principio se determinaba cada año el lugar para la predicación.

Pero donde nuestra Semana Santa alcanza su mayor esplendor y solemnidad es el Viernes Santo con el «Descendimiento» y el «Santo Entierro».

Cultos que datan seguramente desde la fundación de la Cofradía, pues ya en 1693 hay constancia de un tablado, formado por pipas y tablas, sobre el que se desarrolla el auto de la Pasión conocido como «Desenclavo».

Este día era feria en la Villa. Se ubicaba en la Cuesta de Santa Clara y en el Campo de San Francisco. La almendra garapiñada, el turrón de tabique, las rosquillas de anís, los esponjados, las pelotas de serrín y un sinfín de artículos de fabricación artesana compartían mercado con madreñeros, pañeros, vendedores de quincalla, con la cerámica polesa y los plateros de Infiesto.

Pero lo que despertaba verdadero interés y congregaba más público era, y sigue siendo, el Sermón del Descendimiento, que terminaba con las órdenes oportunas para ir procediendo a descender el cuerpo de Cristo del madero, y tras presentárselo a la Dolorosa, era depositado en el sepulcro a una orden del predicador.

Por entonces, ya era tradición, desde mediados del siglo XVIII, colocar bancos para los cofrades, que para tener derecho a asiento debían vestir la túnica morada. Todos los curas del concejo se reunían en el Campo de San Francisco. Los que participaban en el Desenclavo portaban a hombros el Santo Sepulcro e iban vestidos con sobrepelliz. Detrás del Sepulcro, el alcalde con el Pendón Rastrón. La procesión iba precedida por tambores y trompetas propios de la cofradía que interpretaban una marcha fúnebre, monótona e insoportable.

Recién estrenado el siglo XX, en 1902, el patrimonio de la cofradía se ve enriquecido con la «Joya de Plata y Cristal» que es el «Santo Sepulcro», donado por doña Aurora Felisa Martínez de Suardíaz, y que desde entonces viene siendo el impresionante refugio del Cristo Yacente.

Los pasos de «los Xudíos» eran los más populares entre la gente y solían ir al inicio de los desfiles, formando como otra procesión de ambiente desenfadado, dada la imagen grotesca de estos pasos.

Que la Semana Santa de Villaviciosa dejó huella desde tiempos inmemoriales en propios y extraños no cabe ninguna duda.

Así nos los confirma en 1964 una de las primeras plumas nacionales del siglo XX, Alejandro Casona:

... Yo fui niño ahí en esos años decisivos, desde los cinco a los nueve, en el que alma recién despierta clava sus raíces en una tierra, aferrándose a un paisaje...

... ¿Cuántos recuerdos despierta en mí la sola palabra Villaviciosa tan entrañablemente unida a mi niñez? Quiero sólo destacar uno entre todos ellos: el día en que, por fin, pude tener el dinerillo suficiente para comprarme una capucha y una túnica moradas y un cordón de borlas amarillo para formar como Nazareno en la procesión de Semana Santa. No podré olvidar nunca la emoción de aquel día porque yo temblaba, pero no acierto a precisar nada ordenadamente. Recuerdo como en una bruma confusa que la ceremonia se desarrollaba en dos lugares: en lo alto de la cuesta, en la iglesia vecina a la escuela, y en la plaza en que está la casa solariega de largo balconaje de madera donde pernoctó el Emperador. En uno de estos dos lugares, no sé en cuál, se celebraba el pasaje litúrgico que más profundamente me impresionó: el Descendimiento. La gran imagen de Cristo era desclavada de la Cruz, descendida en la Sábana, recogida por los Discípulos y llevada amorosamente al Sepulcro por unos Nazarenos cálidos de humanidad y devoción, que manejaban los Símbolos sagrados de la tenaza y la escalera, los clavos y el martillo como figuras animadas de Van der Weyden. Aquella insólita mezcla de verdad humana y de teatro litúrgico, de carne popular y tallas de madera, me impresionó como el más prodigioso de los retablos. Nunca volví a sentir el patetismo del Descendimiento con tanta fuerza de sugestión; ni cuando lo vi realizado totalmente en vivo en la murciana Semana Santa de Lorca, ni cuando lo vi desgarradoramente interpretado en México por los indios de Ixtapalapa en la calzada de Hernán Cortés...

... Si considero la Pasión como el más patético y Hermoso Drama del Hombre, la razón habría que buscarla en aquel pequeño corazón que temblaba bajo su túnica de nazareno en una lejana Semana Santa de Villaviciosa.

La Semana Santa de Villaviciosa sigue año tras año fiel a la herencia de sus mayores y es hacia 1920 cuando el desfile procesional de Viernes Santo se enriquece con la participación de «Los curinos de Valdediós» que vienen a acrecentar la solemnidad del «Santo Entierro».

Entre los innumerables desastres que trajo consigo la contienda civil acaecida en la segunda mitad de los años treinta, figura la destrucción del patrimonio artístico y material de la Cofradía, pero no así el patrimonio espiritual y religioso heredado, que es foco y motor para la recuperación.

Efectivamente, una década fue suficiente para reconstruir el monumento de tradición y manifestación cultural y religiosa que sigue siendo nuestra Semana Santa.

En 1940 ya se empieza a reponer el patrimonio escultórico con la llegada de nuevas imágenes: Jesús Nazareno y La Verónica, encargadas al escultor compostelano Maximino Magariños, quien cuenta entre sus obras de carácter sacro con dos retablos en la Catedral de Santiago. Este mismo año se adquiere también El Cristo de brazos articulados para el Desenclavo o Descendimiento, obra del valenciano Juan Bernet Serra.

La entrañable imagen de San Juan llega a Villaviciosa en 1942. Es su autor José Gutiérrez de Madrid.

Don Juan Valdés Suardíaz, marqués del Real Transporte, regala a la Cofradía, en 1943, la imagen de La Virgen Dolorosa. Había sido encargada al artista guipuzcoano Julio Beobide, hombre de reconocido prestigio por su maestría en disciplinas como el retrato, la escultura o la imaginería; era íntimo amigo y colaborador habitual de Ignacio Zuloaga, quien aplicó la policromía a la escultura. Su obra más conocida es El Cristo del Valle de los Caídos.

En 1945 se adquiere al taller de imaginería Arte Cristiano, ubicado en la localidad gerundense de Olot, la imagen de Jesús Resucitado. En este caso se trata de una pieza de fabricación en serie.

En 1947 y 1948, respectivamente, nos llegan dos impresionantes trabajos escultóricos, La Coronación de Espinas y La Flagelación del Señor. Ambos conjuntos son obra del valenciano Enrique Galarza Moreno, longevo (vivió 104 años) y prolífico imaginero que cuenta en su haber con innumerables obras escultóricas repartidas por toda España (Valencia y Murcia, principalmente) y por América del Sur. Quizá su obra más monumental sea La Oración del Huerto, que se encuentra en la localidad de Albaida (Valencia).

En 1950 llega una nueva imagen de fabricación en serie, Jesús entrando en Jerusalén, procedente también del taller Arte Cristiano.

En 1953 se completa el nuevo patrimonio escultórico con la imagen del Niño Jesús, que también es obra del ya casi familiar Galarza Moreno.

A medida que van llegando las imágenes se iban conformando los pasos con nuevas andas y complementos, donde los hermanos Urraca, entre otros, dejaron, a golpe de gubia, su sello personal.

Todo ello, unido a las condiciones socio-políticas de entonces, hacen que, manteniendo las celebraciones de tiempos pasados, los años cincuenta y sesenta cuenten con las más solemnes Semanas Santas de nuestra historia.

Tienen su pórtico en el Domingo de Ramos con la bendición de las palmas y ramos para, a renglón seguido, llenar las calles de la Villa de colorido y entusiasmo con la primera procesión, donde la nota de emoción e inocencia corre a cargo de las huestes infantiles que rodean el paso de «Jesús sentado en su borrica».

El Martes Santo con la impresionante procesión del Silencio, donde el Crucificado, seguido de su Madre Dolorosa, desfilaba a la palpitante luz de las velas a las que el alumbrado público cedía su protagonismo.

El Miércoles Santo con el tradicional «Encuentro», primer auto sacramental que nos trae al noble solar del Ancho las escenas que hace veinte siglos acontecieron en las calles de Jerusalén.

El Jueves Santo, con el lavatorio de pies, Sermón del Mandato, Visita procesional a los monumentos y procesión del Calvario, donde las calles de la Villa emulan la ruta dolorosa que llevó al Nazareno al Monte de la Calavera.

El Viernes Santo, cenit supremo de nuestra Semana Santa, el alto del Campo de San Francisco es una vez más la elevada allanada del Gólgota y aquí tiene lugar el segundo y más importante auto sacramental de nuestras celebraciones. Ante las imágenes que representan lo acontecido en el Calvario, una muchedumbre sigue la representación del Desenclavo o Descendimiento de Cristo, en presencia de su Madre Dolorosa y del Discípulo Amado, para depositarlo en el Sepulcro que a hombros de cofrades lo llevará en Santo Entierro por las calles de Villaviciosa.

El Sábado Santo, la solemnidad ya va desapareciendo. Tras la tempestad viene la calma, y en este caso, la Soledad. La Madre Dolorosa y el Discípulo Amado reandan las calles, ya resbalosas de espelma, en la Procesión de la Soledad.

El Domingo de Pascua amanece con una nueva luz que da un aire distinto al desfile matinal de «Jesús Resucitado» y la «Virgen del Rosario» en la Procesión del Santísimo Sacramento.

Y el Lunes de Pascua se rematan las manifestaciones religiosas al aire libre con la Procesión del Rosario.

Tras superar, con la mayor dignidad, la década más difícil, en que lo religioso en general y las procesiones de Semana Santa en particular, no sólo llegaron a estar mal vistas, sino que hasta sufrieron duros ataques por quienes, en nombre de una mal llamada ¿libertad?, son incapaces de respetar lo que no entienden, la Semana Santa de Villaviciosa es hoy un «clásico» del mayor prestigio entre las Semanas Santas de nuestro país.

En la tarde noche del Miércoles Santo, sigue siendo la plaza de la Palmerona, arropada por las históricas fachadas de la Vieja Maliayo, el emblemático escenario de nuestro primer auto sacramental: «El Encuentro». Los pasos de Jesús Nazareno, La Verónica, San Juan y La Virgen Dolorosa, sobre el soporte dialéctico del predicador, nos acercan ya a los primeros pasajes de la Ruta Dolorosa.

El Jueves Santo tiene lugar el primer gran desfile procesional, el del «Calvario». La Verónica, San Juan, La Flagelación del Señor, La Coronación de Espinas, Jesús Nazareno, la Virgen Dolorosa y los pasos infantiles, Jesús Niño, Primera Caída, Segunda Caída y Cristo Crucificado, entre estandartes, estandartillos, pendoncillos, faros y bandas de música, recorren las ancestrales calles de Villaviciosa.

El acto cumbre de nuestra Semana Santa sigue siendo el «Descendimiento» o «Desenclavo», seguido de la procesión del «Santo Entierro». A la caída de la tarde del Viernes Santo, una gran muchedumbre abarrota el Campo de San Francisco, donde año tras año se vinieron reuniendo nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros antepasados, para recordar y revivir la muerte de Cristo en la Cruz y el descendimiento del cuerpo para ser depositado en el Santo Sepulcro, la urna de plata y cristal que con más de un siglo de antigüedad, pues fue el único paso que se libró de la destrucción ya comentada, sigue siendo el motivo y el centro de nuestra más solemne manifestación religiosa: al paso que marcan los monótonos acordes de tambores y trompetas, todas nuestras imágenes a hombros de cofrades, sacerdotes, autoridades y un inmenso gentío dan escolta al Cristo Yacente en la procesión del «Santo Entierro».

Así fue, así es y así tiene que seguir siendo la Semana Santa de Villaviciosa.

Pregón del año 2004

Fecha: 2 de abril de 2004.

Pregonero: D. Ignacio Vidau, presidente del Tribunal Superior de Justicia de Asturias.

Reverendo Señor Don Adolfo Álvarez, párroco de Santa María de Villaviciosa, Señor Mayordomo de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Autoridades, Señoras y Señores. Vecinos de Villaviciosa, amigos todos:

Quiero comenzar esta disertación, como no puede ser de otra manera, agradeciendo tanto al Señor Párroco como a la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, su Junta Directiva y su Mayordomo, la deferencia que han tenido conmigo al invitarme a pronunciar el Pregón de la Semana Santa, agradecimiento que se ha de hacer más profundo en tanto que no concurre en mi persona mérito alguno que justifique la elección, como no sea el de estar vinculado, por razón de matrimonio, a esta Villa desde hace ya veinticinco años y el de ser un auténtico enamorado de ella, de cada uno de sus hermosos rincones, de sus calles y de sus gentes, lo que hace que venga aquí en cuanto mis ocupaciones me lo permiten y siempre en Semana Santa y en verano. Es por ello una deuda de gratitud la que me impulsó a asumir el difícil reto de pregonar estas fiestas religiosas de tanta solemnidad y significado en Villaviciosa. Si pregonar es promulgar algo que conviene recordar y dar a conocer una cosa que debe ser conocida, esta misión que se me ha confiado es un honor y una responsabilidad, aunque predomine lo primero. Soy especialmente consciente de carecer de la musa literaria que adorna a otros pregoneros que, en innumerables rincones de España, pronunciaron la Pascua. Sin embargo, desearía corresponder a este oficio, con la dignidad que se merece, desde mi condición de creyente y católico practicante que acoge ilusionado tal compromiso. En sintonía con Cristóbal de Castillejo, cuando le encargaron que tradujera en poesía la historia de la Invención de la Cruz, ocurrida en el siglo IV de nuestra era, asumo sus palabras:

«Tomando esfuerzo y aliento,

Haré vuestro mandamiento,

Lo menos mal que pudiere,

Y pues Cristóbal me llamo,

Valme, Cristo, y sé conmigo,

Que aunque sé que no te sigo,

Sabes que no te desamo».

Las solemnes fiestas que vamos a conmemorar recuerdan que nos adentramos en los misterios salvíficos de nuestra religión. En el tiempo pascual y, especialmente, en la Semana Santa, conmemoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, nos encontramos en el núcleo del año litúrgico y aunque a lo largo del año existen otras fiestas muy relevantes, todas ellas sin duda giran alrededor de las próximas fechas, las que van del Domingo de Ramos al de Pascua de Resurrección. Esta semana sirve de celebración de los principales Misterios de nuestra Redención, al mismo tiempo que de reflexión profunda acerca de nuestra existencia. La liturgia de la Iglesia nos invita a seguir cada uno de los acontecimientos de aquellos días en que el Hijo de Dios, amando a los suyos, los amó hasta el extremo, entregándose a la muerte y muerte de Cruz, tal como expresa San Pablo en su Carta a los Filipenses.

El Domingo de Ramos, pórtico de la Semana Santa, comienzan las celebraciones. Conmemoramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y se nos recuerda con la lectura de la Pasión lo acontecido en la ciudad santa hace ya dos mil años. En el Jueves Santo se conmemora la institución del sacerdocio y de la Eucaristía, sacramento del Amor y memorial de la Pasión del Señor, Eucaristía que es adorada durante la tarde noche del Jueves en los monumentos instalados en nuestros templos. El Viernes Santo nos recuerda el sobrecogedor relato de la Pasión y Muerte de Jesucristo y la adoración de la Cruz mediante la que Cristo nos redimió. En el Sábado Santo la Iglesia vive en un expectante silencio aguardando el glorioso mensaje de la resurrección de Cristo que nos llegará con la celebración de la Vigilia Pascual. Es así como la Iglesia celebra a lo largo y ancho de todo el orbe católico la Semana Santa, con la riqueza de la liturgia que alcanza estos días su máximo esplendor.

La celebración de la Semana Santa se nos ofrece en una doble vertiente igualmente atractiva: por una parte se llevan a cabo los actos litúrgicos conforme a las prescripciones rituales universales de la Iglesia y por otro lado acontecen, en cada lugar, una serie de manifestaciones de piedad popular, como la llamó el Papa Pablo VI en su Encíclica «Evangelii Nuntiandi», enraizadas en la costumbre, multisecular en muchos casos, que distinguen la celebración de la Semana Santa en cada lugar, dándole un sentido propio y diferente. Me refiero, naturalmente, a la inmensa multiplicidad de conmemoraciones de la Semana Santa que están arraigadas en tantas ciudades y pueblos, no sólo de España, sino de todo el mundo católico. Representaciones de la Pasión de Cristo, Procesiones, Autos Sacramentales, etc. Es ese conjunto de rituales y signos externos que son patrimonio de todos y hoy, más que nunca, un extraordinario tesoro que debemos esforzarnos en conservar.

En determinados momentos, en las últimas décadas, por algunos se han cuestionado sin fundamento las expresiones de piedad popular que trascienden de los templos y se proyectan multitudinariamente por nuestras calles y plazas, tratando de arrinconarlas; no fueron pocos los lugares en los que se pasó de una religiosidad popular «triunfante» a una religiosidad popular «vergonzante»; se trataba de reducir la religión y las prácticas de piedad al ámbito de lo privado, dejándola desprovista de todo relieve y significación social. Sin embargo, con el paso de los años no se han confirmado los pronósticos pesimistas y hoy podemos decir que asistimos a un resurgimiento de la piedad popular, lo que lleva no sólo a recuperar procesiones en lugares donde lamentablemente se habían perdido, sino también a crearlas nuevas, como por fortuna ha ocurrido desde 1995 en la ciudad de Oviedo. En este sentido ha de afirmarse, con legítimo orgullo, que esos desgraciados vientos nunca afectaron a la religiosidad de las gentes de esta Villa que vienen celebrando con gran piedad y solemnidad las procesiones de Semana Santa de forma ininterrumpida desde el año 1668, con la lógica salvedad de los años correspondientes a la triste guerra civil española.

Las imágenes de Cristo, de la Cruz, de la Virgen María, que salen en procesión en estas fechas, son todas ellas relativas a la persona que representan o a la que se refieren, y expresan el misterio de la salvación que se hizo verdad a través de realidades visibles y palpables. Consecuentemente, no es objeto de culto la materialidad misma de la imagen, sino lo que representa; veneramos la imagen por lo que significa, atribuyendo sentido religioso a la materialidad de la misma, refiriéndola a la persona o personas que representa. Su culto, el de los pasos que desfilan por nuestras calles, es querido por la Iglesia y coherente con la naturaleza humana que conoce a través de las realidades que son perceptibles por medio de los sentidos; se funda en la Encarnación del Verbo de Dios, que tomó una naturaleza humana, verdadera, visible y palpable; es una expresión del designio de la salvación que asume elementos materiales. Las imágenes deben de ser veneradas con respeto, y el culto que se les tributa es referido a la persona que representan, siempre en relación con los misterios de la salvación, En las imágenes sagradas, más que su mérito artístico, sin duda de gran interés, hay que atender a su sentido religioso, a su capacidad para evocar el misterio salvador, las realidades espirituales e invisibles, el mundo de la gracia y de la gloria, evitando el exceso de identificar la imagen con la persona que representa para que no se desvirtúe el sentido genuinamente católico del culto a las sagradas imágenes.

Es preciso decir que los pasos que sirven para conformar nuestras procesiones quizá no alcancen el valor artístico que tienen algunas imágenes en otros lugares más reconocidos, pero ello no empequeñece su calidad, y mucho menos la gran piedad popular que despiertan, con el recogimiento espiritual que a nosotros nos transmiten, algo a lo que sin duda contribuye su gran belleza.

Uno de los instrumentos más eficaces en nuestro legado histórico para cohesionar el anhelo popular de vivir en profundidad ese espíritu religioso de los grandes momentos que se avecinan es el que forman las cofradías. En Villaviciosa tenemos la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, y no se puede hablar de su Semana Santa sin referirse inevitablemente a dicha cofradía. La historia de la Semana Santa de la Villa va pareja a la de su cofradía. Las cofradías siempre han tenido una gran importancia en la vida de la Iglesia católica, pues en ellas han encontrado los fieles ocasión para asociar sus inquietudes y de esta manera servir mejor al culto divino y a la caridad entre los hermanos miembros de las mismas, preocupándose de forma notoria de ofrecer sufragios por los cofrades difuntos. La caridad que debía presidir cada cofradía se extendía así en una doble dirección: hacia la vida futura y hacia la presente; para ésta solía haber especiales prescripciones en los estatutos que obligaban a la asistencia en casos de enfermedad o de especial necesidad, sobre todo buscando ayudar a bien morir y acompañando en la administración del Santo Viático y de la Unción de los Enfermos.

Cada cofradía solía tener una determinada orientación para sus integrantes, y así las había del Santo Rosario, con el fin de extender su devoción entre los fieles; de Nuestra Señora del Carmen, que fomentaba el amor a la Santísima Virgen María, mediante la devoción del Santo Escapulario. Además, en muchas parroquias existían las cofradías de las Benditas Ánimas y la del Santísimo Sacramento, dedicada la primera a la petición por las ánimas del Purgatorio y la segunda a promover el culto solemne y público al Santísimo Sacramento, celebrando con gran esplendor la fiesta del Corpus Christi o Sacramental. Sin embargo, son las cofradías de la Pasión, en sus diferentes modalidades, las que más proyección alcanzaron y más sirvieron para enriquecer la vida interior de los feligreses, uniendo sermones como los del Encuentro, de las Siete Palabras, de los Dolores, de la Soledad, del Descendimiento de la Cruz o de la Resurrección del Señor, con las manifestaciones externas de piedad popular que son las procesiones y otras representaciones de carácter paralitúrgico que desde siempre contribuyeron a acentuar el dramatismo de las conmemoraciones de la Semana Santa.

En esta categoría contemplamos la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, también llamada en otro tiempo del Santo Nombre de Jesús Nazareno. Esta cofradía, tan enraizada en el corazón de los habitantes de Villaviciosa, de acuerdo con los estudios publicados por el ilustre hijo de esta Villa y profundo conocedor de la historia de su Semana Santa y también de su cofradía, don Agustín Hevia Ballina, fue fundada en el año 1668, según se desprende del acta fundacional que está reflejada en el llamado Libro Nuevo de la Cofradía de la siguiente forma:

«Libro de la Cofradía del Santo Nombre de Jesús Nazareno, fundada en la Villa de Villaviciosa, en el año del Señor de 1668, como más lacto consta del Libro Antiguo, en donde están las Constituciones y Aprobaciones del Ordinario y dichas Constituciones están firmadas de los Muy Reverendos Padres Fray Luis de Llano y Fray Sebastián de Romero y Solana, de la Orden de Predicadores de Nuestro Padre Santo Domingo, Fundadores Comisionarios, en virtud de Autoridad Apostólica, concedida por patente del Reverendísimo Padre Provincial, para fundar y renovar las Cofradías del Rosario y Santo Nombre de Jesús».

La fundación de la cofradía acaeció durante el episcopado de don Diego Sarmiento Valladares, quien dio aprobación para sus primeras Constituciones. Todos los preliminares para su fundación debieron de ultimarse en tiempos del cura párroco don Pedro García de Poreño, pero por muerte del mismo, en setiembre de 1667, vino a cumplir los requisitos legales don Domingo de la Ballina, cura que llevaba interinamente la parroquia de Santa María de Villaviciosa, interinato que se prolongó hasta agosto de 1668 en que se posesionó de la parroquia don Juan de Miranda Ponce. Se gobernaba la cofradía por sus Constituciones, en las que se especificaban las finalidades de la misma y su tenor de vida, regulaban asimismo las obligaciones de sus integrantes y también lo referido a sus aspectos económicos y presupuestarios e incluso determinado régimen disciplinario que se aplicaba a los cofrades. De ellas conocemos las reformadas por acuerdo unánime en 1728, en las que se puede, entre otras disposiciones, leer lo que sigue:

«Constituciones con que reformaron esta Santa Cofradía del Santo Nombre de Jesús, sita en esta Iglesia de Santa María del Conzejo de esta Villa los Sres. Cofrades de ella, que de nuevo se asentaron y erigieron por hallarse del todo desbaratada, siendo cura de esta dicha Villa D. Bartolomé Martínez Pardo este año de mil setecientos y veinte y ocho y son las siguientes:

Primeramente, es condición que todos y cada uno de los Cofrades, que son y fueren de esta Santa Cofradía, hayan de tener su túnica y cruz, para asistir con ella a las Procesiones de Semana Santa, con advertencia de que el que faltare a cualquiera de dichas Procesiones o por si o por persona en su nombre, por ausencia de enfermedad, haya de pagar un real de vellón, para aumento de dicha Cofradía.

Item, es condición que nadie se excuse de llevar el paso, que por el sorteo le tocare, si no es en caso de estar enfermo o ausente y, en este caso ha de poner persona que supla sus veces, debajo de la multa arriba dicha.

Item, es condición que todos los Cofrades de esta Santa Cofradía se hayan de juntar la tercera fiesta de Pascua de Resurrección en el Cabildo de dicha Iglesia, a las dos de la tarde, para lo cual se hará señal con la campanilla de el cordel, para la elección de mayordomo y sorteo de los demás oficios».

Estas prescripciones, que entre otras muchas fundamentalmente referidas a los oficios por las almas de los cofrades fallecidos, contienen las antiguas Constituciones, dan cabal idea de cómo, desde su fundación, la Cofradía volcó todo su esfuerzo, tanto el de quienes la fundaron como el de todos los que hasta ahora lo integraron, en la organización de las conmemoraciones de la Semana Santa, haciendo lo posible para que todos asistiesen a las procesiones, hasta llegar a esa maravillosa realidad que constituyen en la actualidad las celebraciones de dicha Semana, que es grande para todos nosotros.

Si todas las conmemoraciones de la Semana Santa que tienen lugar en las distintas ciudades y pueblos tienen en común la celebración de procesiones, siempre hay rasgos distintivos en cada una de ellas, de manera que conmemorándose en todas los mismos acontecimientos, la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, dichos rasgos hacen que sean sustancialmente distintas unas de otras. Creo que lo que caracteriza de modo singular a la Semana Santa de Villaviciosa es la representación que en ella tiene lugar el drama de la Pasión, que se realiza mediante los autos del Encuentro y del Desenclavo o Descendimiento. La historia de estas representaciones se confunde con la propia de la cofradía. Se trata de un drama en dos actos, mitad rito sacro y mitad teatral y litúrgico espectáculo. El primero acto es el del Encuentro de Jesús con su Madre y tiene lugar la tarde, ya al anochecer, del Miércoles Santo. Su dramatismo se consiguió durante siglos y sigue consiguiéndose por medio de la confluencia en la misma plaza, procedentes de diferentes calles, de las procesiones que acompañan a los pasos del Nazareno, la Dolorosa, la Verónica y San Juan. La firme voz del predicador guía la representación y a su instancia se mueven las imágenes de modo que, en medio de un impresionante silencio, los ecos del sermón consiguen que los oyentes por momentos olviden que se encuentran en las calles de Villaviciosa y se trasladen y sumerjan en las calles del Jerusalén del ayer, donde tuvieron lugar los acontecimientos ahora representados. De su carácter de representación no deja duda el acuerdo tomado por la cofradía en 1760 en el que se habla de la «diferencia surgida sobre donde se había de predicar y ejecutar el Encuentro». Era y es el auto del Miércoles Santo prefacio esplendoroso para las vivencias de la Pasión.

El segundo acto culmina en la tarde del Viernes Santo con el Desenclavo o Descendimiento. Su carácter de representación queda destacado en esta expresión que se puede leer en acuerdo de la cofradía tenido el 11 de abril de 1721, por el que se manda «dar 12 reales cada año a los que hacen el teatro para el Descendimiento». Éste se hacía entonces en un tablado que se construía a base de pipas de sidra y tablas. Sobre el tablado se ofrece un Cristo clavado en la Cruz; le acompañan su Madre y el Apóstol Juan, el predilecto del Señor. El escenario es de la mayor sobriedad. De nuevo la palabra del predicador es la que guía la acción; el silencio es siempre sobrecogedor, los ecos de la voz llegan a las almas y acompañan la representación. Cofrades nazarenos, valiéndose de escalas, suben a lo más alto de la Cruz y pausadamente, sin prisas, obedientes a las palabras del sermón, van desprendiendo de sobre el madero el INRI de la ignominia y la corona de espinas que otros cofrades van depositando a los pies de la Virgen Dolorosa. Suenan los golpes del martillo, cuando lo reclama la acción. Es el momento del Desenclavo que empezando por la mano derecha, seguirá por la izquierda, para culminar en los pies del Crucificado, que quedará presto para presentarlo a la Madre del Dolor y depositarlo, acto seguido, en la urna que recorrerá las calles en la procesión del Santo Entierro que pone punto final a ese acto del más sublime drama, el drama de la Pasión. Son sobrios los gestos en los actores del drama, cofrades con el hábito del Nazareno, hay parquedad en los signos externos para así dar protagonismo pleno a la palabra y a la voz, no hay texto convencional para la representación, cada predicador deja que afloren los sentimientos que le embargan y a pesar de ello, año tras año, todos se acercan a un resultado casi igual. Cada año, el Viernes Santo, en Villaviciosa, cofrades con moradas túnicas de nazarenos y hombres, mujeres y niños, son espectadores mudos de esta sublime acción.

En la representación sobre el Tablado del Descendimiento, una Cruz queda siempre destacando, como testigo final del Desenclavo. La acción culmina en el Santo Entierro, en el que el Cristo Yacente en que se ha convertido el Cristo Crucificado es depositado en el alma de los presentes. Ya caminan los cofrades en procesión acompañando al Cristo que yace en la urna del Santo Entierro. Es el final de este drama de la Pasión del Señor que con tanta devoción celebramos en esta Villa. Estas representaciones del Encuentro y del Desenclavo, que tienen lugar el Miércoles Santo y el Viernes Santo respectivamente, entroncan la Villaviciosa de hoy con Villaviciosa de los siglos y nos hacen revivir a todos esencias de devoción y amor a la Virgen Dolorosa y a Cristo en la Cruz, que traslucen, como vivencias del corazón, a cuantos se acercan a compartir las celebraciones de nuestra singular Semana Santa.

Este año la cofradía, en feliz iniciativa, recuperando una antiquísima tradición, celebrará en la madrugada del Sábado Santo la procesión de la Soledad, en la que acompañaremos a la Virgen Dolorosa en su espera de la Resurrección de Cristo. Ello supone, sin lugar a dudas, un notable enriquecimiento en la celebración de la Semana Santa y también un esfuerzo que constituye un significativo detalle del amor que en esta tierra se profesa a la Virgen María.

Villaviciosa ha sabido conservar desde hace siglos su Semana Santa y hemos de intentar que en ella no prime ni lo turístico ni lo decorativo; todo ello, aun siendo muy importante y beneficioso para el pueblo, no deja de ser un simple valor añadido. En ella ha de primar todo aquello que movió desde el inicio a sus organizadores que es, en esencia, una fe evidente y concreta, que supone vivir estas fechas con una noble intención penitencial y regeneradora, no sólo por parte de los cofrades que organizan las celebraciones, sino también por parte de aquellos que asisten a ellas desde fuera; todos han de manifestar respeto y tratar de dar un nuevo impulso a su piedad. Las procesiones tienen el sentido de una marcha religiosa, por lo que precisan de recogimiento interior. La participación en ellas es algo más que un mero ser mudo y estático espectador.

Define nuestro Diccionario la palabra pregón como «Promulgación en voz alta que se hace en sitios públicos de una cosa o acontecimiento». Espero haber cumplido fiel y dignamente el encargo encomendado, consistente en llamar a los habitantes de Villaviciosa y a todos aquellos que nos quieran acompañar a participar en nuestra Semana Santa. A vivirla os invita este humilde pregonero, cuya voz quisiera que fuese escuchada en cada rincón de la tierra para que todos los hombres supieran de la manifestación religiosa, artística, de fe y de piedad popular que tendrá lugar en esta bendita Villa.

Permitidme finalizar este pregón, pronunciado cuando todos nosotros aún tenemos roto el corazón a causa del dolor producido por los horribles atentados recientemente ocurridos en Madrid, con un especial recuerdo para las víctimas de los mismos y para sus familias y también con un llamamiento a la paz, paz que Cristo ganó para todos los hombres por medio de su Pasión y Muerte en la Cruz que ahora nos disponemos a conmemorar.

Muchas gracias.

FUENTES: Desde 1668 Semana Santa de Villaviciosa, folleto editado en 2004 por Ayuntamiento de Villaviciosa de Asturias y Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, con texto de Juan Jurado; Semana Santa 2005, Villaviciosa (portfolio) - EuroWeb Media, SL.

Concejo de Villaviciosa

Pumaradas y sidra, huerta y mar, Rodiles y Tazones, Románico en Amandi y Prerrománico en Valdediós, el casco histórico de Villaviciosa, surf, pesca y aves en la mayor ría de Asturias… Así es Villaviciosa, Capital Manzanera de España.

Los concejos (municipios) que limitan con el Concejo de Villaviciosa son: Cabranes, Colunga, Gijón, Piloña y Sariego. Cada uno de estos concejos (municipios) comparte fronteras geográficas con Villaviciosa, lo que implica que comparten límites territoriales y pueden tener interacciones políticas, sociales y económicas entre ellos.

Comarca de la Sidra

Tierra de pomaradas y manzanos en flor, hogar de centenarios llagares de sidra, costa de dinosaurios, pueblos mineros y villas marineras, una de las rías con más biodiversidad de toda Asturias, majestuosas sierras como las de Peñamayor o el Sueve, Caminos de Santiago, pueblos ejemplares y el mejor arroz con leche… así es la Comarca de la Sidra.

La comarca está conformada por uno o varios concejos (municipios). En este caso: Bimenes, Cabranes, Colunga, Nava, Sariego y Villaviciosa. Los concejos representan las divisiones administrativas dentro de la comarca y son responsables de la gestión de los asuntos locales en cada municipio.

Conocer Asturias

«Otro sitio a destacar en Asturias es el Paisaje Cultural de las Minas de Carbón de Asturias. Este paisaje minero es un testimonio vivo de la importancia de la industria del carbón en la región y su impacto en la sociedad y la economía. Incluye antiguas minas, poblados mineros, vías de comunicación, ferrocarriles y otros elementos que ilustran la historia minera de Asturias.»

Resumen

Clasificación: Eventos

Clase: Fiestas

Tipo: Fiestas de Interés Turístico Regional

Comunidad autónoma: Principado de Asturias

Provincia: Asturias

Municipio: Villaviciosa

Parroquia: Villaviciosa

Entidad: Villaviciosa

Zona: Oriente de Asturias

Situación: Costa de Asturias

Comarca: Comarca de la Sidra

Dirección: Villaviciosa

Código postal: 33300

Web del municipio: Villaviciosa

E-mail: Oficina de turismo

E-mail: Ayuntamiento de Villaviciosa

Dirección

Dirección postal: 33300 › Villaviciosa • Villaviciosa › Asturias.
Dirección digital: Pulsa aquí



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